viernes, 27 de diciembre de 2013
sábado, 26 de octubre de 2013
Las lecciones que nos brindan Mandela y Francisco
La sencillez, la humildad y escuchar al otro, en boca de dos líderes
cuyos ejemplos deben servirnos para retomar la senda de la reconciliación
En un mundo donde la paz y la convivencia corren serios
riesgos diariamente, adquieren aún mayor significación las presencias y los
ejemplos de líderes como Nelson Mandela y el papa Francisco.
Mandela es un hombre absolutamente excepcional. Su legado no
podrá nunca quedar limitado a Sudáfrica. Le pertenece al mundo entero, al igual
que Francisco, que no sólo representa a los 1200 millones de fieles de la
Iglesia Católica, sino al resto de los credos a los que siempre tendió una mano
para el diálogo y el cordial intercambio interreligioso.
Mandela es un hombre íntegro que, desde el coraje y la
convicción, ha enfrentado con la organización devenida luego su propio partido
político, el Congreso Nacional Africano, al aberrante apartheid. De su
trayectoria se desprenden enseñanzas inolvidables y de enorme trascendencia y
vigencia para nuestro país. Se destacan, fundamentalmente, su honradez y
sinceridad, su candidez, sencillez, humildad y, por sobre todo, su generosidad
y ejemplo, así como su coherencia, tanto cuando estuvo en la dura soledad de la
prisión como cuando alcanzó la cima del poder en su país, como ahora, que viene
sorteando valerosamente cada uno de los escollos a los que lo expone su
deteriorada salud.
Entre las enseñanzas de Mandela aparece, en primer lugar, la
vinculada con la necesidad de la reconciliación social. Siempre fue su mayor
preocupación alcanzar la libertad, porque comprende aquello que resulta fácil
de explicar recurriendo a las palabras de Desmond Tutu, cuando nos señala que
la paz verdadera y duradera (dentro de los países, naciones, comunidades o
familias) requiere de la reconciliación real entre quienes en el pasado fueron
enemigos que han luchado el uno contra el otro.
Mandela enseña que no hay otro camino que el de estar
dispuesto a perdonar y saber hacerlo. Sin perjuicio, por cierto, de buscar la
verdad, por sórdida que haya sido, y hacer justicia. Pero, claro está, no hay
reconciliación posible si no se dejan atrás los rencores, los resentimientos y
el odio, que no deben sembrarse, sino evitarse.
Nuestro país debería aprender de esa enseñanza, precisamente
en estos momentos en que las divisiones y los enconos entre los argentinos
parecen haber llegado demasiado lejos, desde la política -y, muy probablemente,
como consecuencia de sus malos ejemplos- hasta dentro de las familias y los
vínculos más íntimos entre las personas.
Un reciente llamado público a esa concordia fue expresado
también por Francisco, quien acababa de ser ungido Papa. Ocurrió en marzo
pasado, en un mensaje telefónico hecho público a los miles de jóvenes que
realizaban una vigilia en la Plaza de Mayo. Francisco les reclamó: "Les
quiero pedir que caminemos juntos todos, que nos cuidemos los unos a los otros;
no se hagan daño, cuídense y cuiden la vida. Cuiden la familia, la naturaleza,
a los niños y a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado
la envidia...".
Perdonar es permitir levantarse a quienes pueden haberse
equivocado seriamente. Para Mandela, la armonía social es el mayor de los
bienes. Cualquier cosa que la subvierta debe evitarse, incluso la sed de
venganza que algunos poseen y otros alimentan, sentimiento que obviamente
corroe y dilata las posibilidades de reconciliación. "Nuestra fuerza -dice
Mandela con claridad? no se nutre en la venganza."
Cabe destacar también en ambos líderes su notable sencillez,
que contrasta con el culto a la personalidad al que estamos acostumbrados.
"No hay nada que pueda tentarme a hacer publicidad de mí mismo",
solía decir Mandela. "El problema no es ser pecadores, sino no
arrepentirse del pecado, no tener vergüenza de lo que hemos hecho. Pese a que
Pedro era pecador, Jesús mantuvo su promesa de edificar sobre él su Iglesia.
Pedro era pecador, pero no corrupto. Pecadores, sí, todos: corruptos, no",
sostuvo Francisco.
Son mensajes claros que deben destacarse en momentos en que
nuestra política está caracterizada por la mediocridad, disimulada por lo
mediático, los montajes, los relatos mendaces, las insidias, y la propaganda
constante y masiva, pero, en los hechos, vacía de valores y sustancia.
En estas horas en que la vida cívica nos da a los argentinos
una nueva oportunidad para expresarnos a través de las urnas, es un buen
momento para iniciar un profundo proceso de reconciliación, entendiendo la paz
no sólo como la ausencia de conflictos externos, sino como la necesidad de
reencontrar el camino de tranquilidad, comprensión y solidaridad que nos una
por encima de las diferencias, de la diversidad de opiniones.
Escuchar y tolerar. Ninguno de nosotros, como suele decir
Mandela, tiene derecho a juzgar a los demás desde el punto de vista de sus
propias ideas o costumbres, por más orgulloso que esté de ellas.
El egoísmo y la cultura del descarte han conducido a desechar
a las personas más débiles y necesitadas, refiere Francisco y, extendiendo su
mano hacia quienes no piensan como él, agrega: "Considerando que muchos de
ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica y otros no son creyentes, les doy
de todo corazón mi bendición respetando la conciencia de cada uno".
Hay en los dos, un sentido profundamente humano de la
importancia de la libertad y del valor de la igualdad y la reconciliación de
los pueblos. Son dos ejemplos que mueven a repensar qué hemos venido haciendo y
qué queremos para nosotros de aquí en más..
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