Cuando salí de Saint Jean Pied de Port mi objetivo era muy claro: llegar a Santiago de Compostela recorriendo los ochocientos kilómetros en treinta y cinco días, con cuatro de descanso, calculando un promedio de veinticuatro kilómetros por día. El primer día de marcha, una de las etapas más duras ya que consiste básicamente en cruzar Los Pirineos, llegando a sobrepasar la cota de los mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, partiendo de los doscientos. Al llegar a Orizon luego de recorrer ocho kilómetros y subir seiscientos metros disfrutando de paisajes extraordinarios pero entre lluvias intermitentes, niebla y sol a pleno, decido pernoctar para disfrutar al día siguiente del resto del ascenso. No hay lugar!!!. Ya había vivido este mismo susto la noche anterior cuando después de abordar un primer tren desde Madrid a las ocho de la mañana, con un trasbordo en Irum y una última etapa en colectivo desde Bayona hasta llegar a Saint Jean a las veintitrés horas llovía copiosamente y me costó conseguir un alberque acorde a mis recursos, luego de haber entrado a consultar un muy lindo hotel, pero a ciento sesenta euros!
En Orizon me indicaron que no
desesperara ya que podía fallar alguna reserva. En ese preciso momento una chica,
detrás mío en la cola, me sede su cucheta ya que se sentía con fuerza como para
seguir hasta Ronsesvalle, fin de la etapa ya en España. Lo vivencié en varias
oportunidades ante la aparición o amenaza de un posible problema, surgía casi
inmediatamente la solución. Como si tuviera no solo uno sino varios Ángeles
protectores acompañándome. Es que aunque partí solo desde Ezeiza, siempre me sentí
acompañado.
Estos primeros sustos por no
conseguir donde dormir, me hicieron cuestionar si no debería ir reservando
albergues con anticipación. Lo mismo sucedió con la mochila que aunque no era
pesada, en mi caso rondaba los ocho kilogramos,
al transcurrir los días probablemente me quitaría piernas, aunque por otro lado pensaba
que el cuerpo, en la medida que entrara en ritmo se amoldaría. Hay un sistema
de correo que ofrece la opción de llevarte la mochila de etapa en etapa, lo
cual hace que el camino se haga mucho más liviano. Ambas posibilidades, con el
correr de los días las fui descartando, aunque reconozco que en una primera
instancia fue por una cuestión de orgullo. Pero en realidad fui descubriendo un
valor, que con el transcurrir de los kilómetros me hizo encontrar el sentido
del peregrinaje: la libertad de decidir si parar o seguir hasta cumplir la
etapa preestablecida, de desviarme del camino para ver un monumento o una vista
privilegiada, de sentarme a descansar o simplemente para escuchar el silencio.
Vivir en libertad, sin condicionamientos, sin apuros, fue una de las primeras
experiencias que revaloricé y que hacía mucho que no sentía, probablemente el
hecho de tener una reserva de albergue o la mochila en un lugar determinado no
me lo hubiese permitido vivir.
Estas vivencias me ayudaron a
encontrar el objetivo de mi Camino, que en este momento de mi vida no estaba en
llegar a Santiago de Compostela sino en el trayecto mismo, donde fui
descubriendo muchas de mis fortalezas y limitaciones y cómo administrarlas para
disfrutar y aprender de cada momento. Fue importante, por ejemplo, encontrar mi
ritmo de caminante. Mucho más lento del planificado, con lo cual aunque el
recorrido por día era menor, lo disfrutaba mucho mas y además cuidaba mi físico.
Me preguntaron a mi regreso: ya que, ante este ritmo más lento y viendo que por
los días con que disponía, no llegaría a Santiago de Compostela, porque no
saltear etapas tomándome un taxi o un bus. Esto último es bastante habitual en
los casos de limitaciones físicas y demoras por torceduras, ampollas o una
gripe, para recuperar el tiempo. Sin embargo esta aparente lentitud fue la que
me libero de la dependencia de los días con que disponía y olvidarme de
Santiago de Compostela como meta, para disfrutar del aprendizaje que estaba
viviendo. Estos descubrimientos se los atribuyo al tiempo de dedicación y la
observación. En una época de facilismo e inmediatez estos factores son
difíciles de encontrar.
Mi primer proyecto de viaje, cuando
lo organizaba en Buenos Aires, era hacerlo en grupo. Es cierto que soy un
solitario y valoro mucho esta soledad, sin embargo con los años voy
descubriendo y valorando lo importante que es interactuar y compartir con
quienes me rodean y quiero. Pero entusiasmar y vender esta experiencia, que no
podía definir, ni tenía muy claro porque la hacía, me frenó en mi intento. En
definitiva, y diría que en eso consiste mi vida, mi camino es la búsqueda de la
verdad, este era el ideal del Mahatma Gandhi, que también hice mío. Esta
solitud resultó ser un factor más a favor de vivir mi libertad, no tener que
consensuar las etapas ni el programa de cada día, ni tener que hacer reservas
de alojamiento, ya que si hay localidades donde encontrarlo para uno es
complicado, pensemos para varios. Además y principalmente el descubrir lo
importante que fue el silencio.
Un peregrino que alcancé en una
cuesta muy empinada me dijo: el camino te habla. Me quedé pensando en su
aseveración: el camino te habla, el camino me habla, Dios me habla a través del
camino…Yo, lo escucho? Como cuentan de mi Santo Patrono Francisco de Asís,
cuando iba caminando por los bosque de su Asís natal, con su bastón iba
acariciando las hierbas y flores diciéndoles “basta de hablarme de Dios”. Y es
cierto, toda la naturaleza nos está hablando de Dios y el silencio interno y
externo nos permite escucharlo. Como dice El Cardenal Sarah en uno de sus
libros,”La fuerza del Silencio: Frente a la dictadura del ruido”, para poder
escuchar primero hay que aprender a hacer silencio.
Pareciera que hago una apología de la
soledad y del silencio, sin embargo los días del peregrino transcurren entre la
solitud y la paz del camino y el bullicio y la alegría que se vive en los
albergues al finalizar cada jornada. Es curioso como al llegar a un albergue e
instalarme para una tarde-noche reparadora, luego de una buena ducha y hasta de
una siesta, en los lugares comunes frente a una cerveza o una suculenta comida,
me fui reencontrando con caminantes que había conocido varios días antes y
luego perdido de vista y también con nuevos compañeros de ruta. El diálogo se
entabla muy fácilmente a pesar del chapuceo en distintas lenguas y es increíble
lo enriquecedor y ameno que fueron estos encuentros: se vive un espíritu
solidario y de común unión muy fuerte. Es que, de una manera u otra, estamos
todos con un mismo objetivo: la búsqueda de la verdad.
Además del silencio, ayuda mucho, y
diría acompaña en ese proceso de introspección, la lentitud. El hecho de
caminar hace que los paisajes, imágenes y sonidos desfilen lentamente y penetren
por los sentidos provocando sensaciones únicas de paz, serenidad, reflexión.
Pude percibir el sentido de una reflexión que leí del Padre Xavier de Chalendar
(Biblista en Paris): La naturaleza puede convertirse en evangélica para el que
la observa con la mirada de Dios, nos permite pasar de lo sensible a lo
espiritual, de lo visible a lo invisible.
En cada pueblo y ciudad las
construcciones y monumentos forman parte del diálogo con el camino. Me marcaron
profundamente algunos puentes, catedrales, principalmente la de Burgos y la de León,
algunas calles y plazas, estilos de épocas como el Románico robusto y macizo o
el Gótico con sus arcos que dan sensación de altura y volumen y sus grandes
vitrales que además de ser obras de arte en si, dan luminosidad a todo el
conjunto. Sin tener mucho conocimiento de arte y arquitectura del medioevo no
dejo de asombrarme tanta belleza y magnificencia, puedo equivocarme pero me es
difícil pensar en que sin Fe se pueda diseñar y construir estas maravillas, que
en realidad fueron hechas para homenajear a nuestro Creador.
El mensaje que este tramo de
cuatrocientos ochenta kilómetros entre Saint Jean Pied de Port y león, es el
de una experiencia increíble y una aproximación más al objetivo de mi búsqueda
de la verdad. Será para la próxima vez, si Dios quiere, el llegar a la Catedral
de Santiago de Compostela, completando los ochocientos kilómetros, y poder
leer lo grabado en el piso de la misma: El Camino es la Libertad.