sábado, 15 de diciembre de 2018




EL CAMINO ES LA LIBERTAD (Camino Francés-2017)


https://photos.app.goo.gl/dvi6TbyjfJX9Z0bj2

Cuando salí de Saint Jean Pied de Port mi objetivo era muy claro: llegar a Santiago de Compostela recorriendo los ochocientos kilómetros en treinta y cinco días, con cuatro de descanso, calculando un promedio de veinticuatro kilómetros por día. El primer día de marcha, una de las etapas más duras ya que consiste básicamente en cruzar Los Pirineos, llegando a sobrepasar la cota de los mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, partiendo de los doscientos. Al llegar a Orizon luego de recorrer ocho kilómetros y subir seiscientos metros disfrutando de paisajes extraordinarios pero entre lluvias intermitentes, niebla y sol a pleno, decido pernoctar para disfrutar al día siguiente del resto del ascenso. No hay lugar!!!. Ya había vivido este mismo susto la noche anterior cuando después de abordar un primer tren desde Madrid a las ocho de la mañana, con un trasbordo en Irum y una última etapa en colectivo desde Bayona hasta llegar a Saint Jean a las veintitrés horas llovía copiosamente y me costó conseguir un alberque acorde a mis recursos, luego de haber entrado a consultar un muy lindo hotel, pero a ciento sesenta euros!

En Orizon me indicaron que no desesperara ya que podía fallar alguna reserva. En ese preciso momento una chica, detrás mío en la cola, me sede su cucheta ya que se sentía con fuerza como para seguir hasta Ronsesvalle, fin de la etapa ya en España. Lo vivencié en varias oportunidades ante la aparición o amenaza de un posible problema, surgía casi inmediatamente la solución. Como si tuviera no solo uno sino varios Ángeles protectores acompañándome. Es que aunque partí solo desde Ezeiza, siempre me sentí acompañado.

Estos primeros sustos por no conseguir donde dormir, me hicieron cuestionar si no debería ir reservando albergues con anticipación. Lo mismo sucedió con la mochila que aunque no era pesada,  en mi caso rondaba los ocho kilogramos, al transcurrir los días probablemente me  quitaría piernas, aunque por otro lado pensaba que el cuerpo, en la medida que entrara en ritmo se amoldaría. Hay un sistema de correo que ofrece la opción de llevarte la mochila de etapa en etapa, lo cual hace que el camino se haga mucho más liviano. Ambas posibilidades, con el correr de los días las fui descartando, aunque reconozco que en una primera instancia fue por una cuestión de orgullo. Pero en realidad fui descubriendo un valor, que con el transcurrir de los kilómetros me hizo encontrar el sentido del peregrinaje: la libertad de decidir si parar o seguir hasta cumplir la etapa preestablecida, de desviarme del camino para ver un monumento o una vista privilegiada, de sentarme a descansar o simplemente para escuchar el silencio. Vivir en libertad, sin condicionamientos, sin apuros, fue una de las primeras experiencias que revaloricé y que hacía mucho que no sentía, probablemente el hecho de tener una reserva de albergue o la mochila en un lugar determinado no me lo hubiese permitido vivir.

Estas vivencias me ayudaron a encontrar el objetivo de mi Camino, que en este momento de mi vida no estaba en llegar a Santiago de Compostela sino en el trayecto mismo, donde fui descubriendo muchas de mis fortalezas y limitaciones y cómo administrarlas para disfrutar y aprender de cada momento. Fue importante, por ejemplo, encontrar mi ritmo de caminante. Mucho más lento del planificado, con lo cual aunque el recorrido por día era menor, lo disfrutaba mucho mas y además cuidaba mi físico. Me preguntaron a mi regreso: ya que, ante este ritmo más lento y viendo que por los días con que disponía, no llegaría a Santiago de Compostela, porque no saltear etapas tomándome un taxi o un bus. Esto último es bastante habitual en los casos de limitaciones físicas y demoras por torceduras, ampollas o una gripe, para recuperar el tiempo. Sin embargo esta aparente lentitud fue la que me libero de la dependencia de los días con que disponía y olvidarme de Santiago de Compostela como meta, para disfrutar del aprendizaje que estaba viviendo. Estos descubrimientos se los atribuyo al tiempo de dedicación y la observación. En una época de facilismo e inmediatez estos factores son difíciles de encontrar.

Mi primer proyecto de viaje, cuando lo organizaba en Buenos Aires, era  hacerlo en grupo. Es cierto que soy un solitario y valoro mucho esta soledad, sin embargo con los años voy descubriendo y valorando lo importante que es interactuar y compartir con quienes me rodean y quiero. Pero entusiasmar y vender esta experiencia, que no podía definir, ni tenía muy claro porque la hacía, me frenó en mi intento. En definitiva, y diría que en eso consiste mi vida, mi camino es la búsqueda de la verdad, este era el ideal del Mahatma Gandhi, que también hice mío. Esta solitud resultó ser un factor más a favor de vivir mi libertad, no tener que consensuar las etapas ni el programa de cada día, ni tener que hacer reservas de alojamiento, ya que si hay localidades donde encontrarlo para uno es complicado, pensemos para varios. Además y principalmente el descubrir lo importante que fue el silencio.

Un peregrino que alcancé en una cuesta muy empinada me dijo: el camino te habla. Me quedé pensando en su aseveración: el camino te habla, el camino me habla, Dios me habla a través del camino…Yo, lo escucho? Como cuentan de mi Santo Patrono Francisco de Asís, cuando iba caminando por los bosque de su Asís natal, con su bastón iba acariciando las hierbas y flores diciéndoles “basta de hablarme de Dios”. Y es cierto, toda la naturaleza nos está hablando de Dios y el silencio interno y externo nos permite escucharlo. Como dice El Cardenal Sarah en uno de sus libros,”La fuerza del Silencio: Frente a la dictadura del ruido”, para poder escuchar primero hay que aprender a hacer silencio.

Pareciera que hago una apología de la soledad y del silencio, sin embargo los días del peregrino transcurren entre la solitud y la paz del camino y el bullicio y la alegría que se vive en los albergues al finalizar cada jornada. Es curioso como al llegar a un albergue e instalarme para una tarde-noche reparadora, luego de una buena ducha y hasta de una siesta, en los lugares comunes frente a una cerveza o una suculenta comida, me fui reencontrando con caminantes que había conocido varios días antes y luego perdido de vista y también con nuevos compañeros de ruta. El diálogo se entabla muy fácilmente a pesar del chapuceo en distintas lenguas y es increíble lo enriquecedor y ameno que fueron estos encuentros: se vive un espíritu solidario y de común unión muy fuerte. Es que, de una manera u otra, estamos todos con un mismo objetivo: la búsqueda de la verdad.

Además del silencio, ayuda mucho, y diría acompaña en ese proceso de introspección, la lentitud. El hecho de caminar hace que los paisajes, imágenes y sonidos desfilen lentamente y penetren por los sentidos provocando sensaciones únicas de paz, serenidad, reflexión. Pude percibir el sentido de una reflexión que leí del Padre Xavier de Chalendar (Biblista en Paris): La naturaleza puede convertirse en evangélica para el que la observa con la mirada de Dios, nos permite pasar de lo sensible a lo espiritual, de lo visible a lo invisible.

En cada pueblo y ciudad las construcciones y monumentos forman parte del diálogo con el camino. Me marcaron profundamente algunos puentes, catedrales, principalmente la de Burgos y la de León, algunas calles y plazas, estilos de épocas como el Románico robusto y macizo o el Gótico con sus arcos que dan sensación de altura y volumen y sus grandes vitrales que además de ser obras de arte en si, dan luminosidad a todo el conjunto. Sin tener mucho conocimiento de arte y arquitectura del medioevo no dejo de asombrarme tanta belleza y magnificencia, puedo equivocarme pero me es difícil pensar en que sin Fe se pueda diseñar y construir estas maravillas, que en realidad fueron hechas para homenajear a nuestro Creador.

El mensaje que este tramo de cuatrocientos ochenta kilómetros entre Saint Jean Pied de Port y león, es el de una experiencia increíble y una aproximación más al objetivo de mi búsqueda de la verdad. Será para la próxima vez, si Dios quiere, el llegar a la Catedral de Santiago de Compostela, completando los ochocientos kilómetros, y poder leer lo grabado en el piso de la misma: El Camino es la Libertad.