martes, 30 de octubre de 2018



POLLO AL BALCÓN

Corría una noche cualquiera de la primavera de 1977. Estaba en el balcón del quinto piso del edificio Premier. A que no saben por qué se llamaba Premier? Simple: fue el primer edificio horizontal de mi pueblo, Coronel Pringles. Aquí vivía con Graciela y nuestros primeros dos hijos Flor y Fran. Esa noche teníamos invitados y había decido ofrecerles unos pollitos a la parrilla, por eso estaba frente a mi parrilla instalada sobre el balcón. Todo perfecto. Estaban los pollos marinando en limón, el carbón y una linda noche por delante, algo ventosa pero era lo habitual en esas latitudes…

Ya eran las diez de la noche y nuestros invitados estaban en el living con una picadita. Yo alternando entre la parrilla y el living. Los pollitos venían bien, pero algo demorados, lo que me preocupaba era que me estaba quedando sin fuego y me iban a faltar unas brasas más para darles el toque final. Es que el viento apuraba la combustión y había agotado mis reservas de carbón y a esta hora no tenía donde conseguir. No olvidemos que en esa época y en un pueblo como Pringles, muchas de las soluciones para salir del paso que hoy tenemos no existían.

Ya se me iba a ocurrir algo. Bajo presión suelo ser muy creativo.

Me jugué!  Aparentemente  todo había salido a la perfección, mi parrilla fue ovacionada por nuestros comensales y debo asumir que estaba espectacular. Creo que la demora y el apetito que provocó la misma, disimulo bastante bien las pequeñas imperfecciones de la accidentada cocción…

Ya nuestros invitados se habían retiraron, muy contentos y agradecidos por la muy agradable velada, y nosotros también.

Los chicos dormían y mientras yo ordenaba un poco el balcón y la cocina, ya habiendo olvidado el momento de zozobra de las horas previas a la comida, cuando me quedé sin fuego. Un grito desde nuestro cuarto me hiso volver a la realidad. Fui inocentemente a ver qué pasaba y me la encontré a Graciela, en un estado de catalepsia. Antes de explicarles lo que tanto la había perturbado, reconozcamos que siempre fue algo obsesiva con el orden y la limpieza. Es cierto que lo que vio y especialmente a esa hora de la noche puede ser algo que afecte un poco, pero no para tanto…

Cuando me quedé sin fuego para mis pollitos, pensé: quemar una silla o la pata de la mesa, no daba. Así que fui al placar del cuarto, saqué todas las perchas de madera, dejando toda la ropa tirada, aunque para mi la había depositado bastante ordenada sobre la cama y completé mi parrilla. Yo creo que el sabor particular de mis pollos se debió a la calidad de la madera de nuestras perchas. En fin…con un poquito de buen diálogo y previo a doblar toda la ropa y dejarla sobre el sillón del living, nos fuimos a dormir en paz. Agradecidos por la linda velada y los ricos pollos al balcón, que después bauticé “pollos a la percha”.

Hoy vivo en un piso noveno y tengo una parrilla en el balcón; cada vez que hago un pedido al supermercado le agrego una bolsa de carbón. Por las dudas, ya que todas mis perchas son de plástico.

domingo, 14 de octubre de 2018


LA MIRADA

Miguel, aquella tarde de domingo, iba bajando por la avenida Santa Fe camino a una farmacia. A mitad de cuadra, antes de llegar a Agüero, había un mendigo sentado en la vereda. Cuando Miguel lo percibe, recuerda que hacia un rato sacando plata de un cajero se había percatado que no tenía nada de cambio en su billetera. Aunque suele ayudar a quienes piden en la calle, consideraba que darle cien pesos era realmente mucho. Tomó entonces la actitud del distraído que pasa al lado de alguien y hace como que no lo ve. Al pasar frente al mendigo oyó: algo para comer, por favor. Al seguir de largo sin siquiera dirigirle una mirada escucha que el buen hombre le larga: no se le va a caer un hue….y se pierde el final. Miguel sospecho que era un improperio e indignado estuvo tentado de darse vuelta para increparlo, pero no. Al instante su bronca paso a una profunda vergüenza  por lo que había hecho o mas bien dejado de hacer.

Siguió su camino y entro en la farmacia. El largo rato de espera para que lo atiendan, le dio tiempo para reflexionar sobre el incidente con el mendigo de la vereda. Al salir de allí, con la decisión tomada, se cruzó de vereda y entró al supermercado donde habitualmente hacía sus compras. Allí compró entre otras cosas una presa de pollo cocido y una bolsita de pan. Nuevamente en la calle se dirigió directamente al lugar donde estaba sentado el mendigo. Cuando ya se acercaba, delante suyo iba una señora que pasó frente al buen hombre sin dirigirle la mirada y con la misma actitud distraída que él había adoptado media hora antes. Se repitió la escena: para comer, por favor y ante la indiferencia de laseñora: no se le va a caer el cu… por mirarme, aunque sea. Miguel que se había quedado parado a unos metros, observando y con su bolsa de supermercado en la mano, atino a acercarse y recordó una frase que había leído hacía un tiempo, atribuida al Papa Francisco. “Cuando le vas a dar una limosna a un pobre, no lo hagas mecánicamente y a las apuradas como si te quisieras sacar una culpa de encima lo antes posible, sino que detente, miralo a los ojos, dirigile un saludo, una palabra de aliento, es una persona, un hijo de Dios.

Sintiéndose observado el mendigo, dirigiéndose a Miguel y sin darle tiempo de reaccionar, soltó todo lo que tenía dentro y que probablemente necesitaba compartir. Una madre que lo abandonó en un tacho de basura, problemas psiquiátricos desde los doce años, falta de recursos para comprar medicación contra las convulsiones,  un Juez que no le certifica su estado de insania, humillación de tener que estar tirado en una vereda pidiendo mientras le niegan, no solo una limosna o un plato de comida, sino una mirada. Su cara se iluminó cuando recibió por parte de su ocasional interlocutor el pan y el pollo, y con una amplia sonrisa manifestó su gratitud, la cual  llenó de paz y alegría a Miguel. Siguió contando que la noche anterior en un conocido local de venta de hamburguesas,  le habían permitido afeitarse en los baños del mismo. Consideraba que a pesar de todo debía cuidar su imagen. Efectivamente su aspecto general era muy correcto y no daba muestras de alguien entregado y resignado a su suerte. Cuando Miguel decidió seguir su camino, el hombre le tendió la mano y en el apretón le volvió a agradecer, no solo la comida que manifestó le hacía mucha falta, sino y principalmente porque le había alegrado el día.

Volviendo a su casa, Miguel, al igual que los discípulos de Emaus después de dejar a Jesús luego que los acompañara en su camino, se sentía gratificado por el encuentro. La lección que le había dado este hombre era mucho más que el valor del trozo de pan y la presa de pollo, que a su vez eran bastante más que los cien pesos que en un principio se negaba a dar.

Cuando me contaba Miguel su anécdota me quede reflexionando sobre el hecho, cuantas veces nos justificamos el no ayudar a alguien diciendo, lo que me cuenta es un verso, la plata que le doy no la usa para comer o comprar medicación, seguramente se la gasta en alcohol o en zapatillas nuevas y puede ser que sea asi, pero quien soy yo para juzgar?. El domingo once de noviembre se conmemoraba al Santo Patrono de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, San Martin de Tours, una anécdota que se le atribuye es cuando siendo Caballero pasó al lado de un mendigo y con su espada cortó por la mitad su capa y le entregó la mitad al mendigo. En la noche en un sueño se le aparece Jesús cubierto con la mitad de la capa que le había dado al mendigo, agradeciéndole el gesto. Cuando ayudamos a otro es a Cristo a quien ayudamos. Tuve hambre y me diste de comer.