POLLO AL BALCÓN
Corría una noche cualquiera de la
primavera de 1977. Estaba en el balcón del quinto piso del edificio Premier. A
que no saben por qué se llamaba Premier? Simple: fue el primer edificio
horizontal de mi pueblo, Coronel Pringles. Aquí vivía con Graciela y nuestros
primeros dos hijos Flor y Fran. Esa noche teníamos invitados y había decido
ofrecerles unos pollitos a la parrilla, por eso estaba frente a mi parrilla
instalada sobre el balcón. Todo perfecto. Estaban los pollos marinando en limón,
el carbón y una linda noche por delante, algo ventosa pero era lo habitual en
esas latitudes…
Ya eran las diez de la noche y
nuestros invitados estaban en el living con una picadita. Yo alternando entre
la parrilla y el living. Los pollitos venían bien, pero algo demorados, lo que
me preocupaba era que me estaba quedando sin fuego y me iban a faltar unas
brasas más para darles el toque final. Es que el viento apuraba la combustión y
había agotado mis reservas de carbón y a esta hora no tenía donde conseguir. No
olvidemos que en esa época y en un pueblo como Pringles, muchas de las
soluciones para salir del paso que hoy tenemos no existían.
Ya se me iba a ocurrir algo. Bajo
presión suelo ser muy creativo.
Me jugué! Aparentemente todo había salido a la perfección, mi parrilla
fue ovacionada por nuestros comensales y debo asumir que estaba espectacular.
Creo que la demora y el apetito que provocó la misma, disimulo bastante bien
las pequeñas imperfecciones de la accidentada cocción…
Ya nuestros invitados se habían
retiraron, muy contentos y agradecidos por la muy agradable velada, y nosotros
también.
Los chicos dormían y mientras yo
ordenaba un poco el balcón y la cocina, ya habiendo olvidado el momento de
zozobra de las horas previas a la comida, cuando me quedé sin fuego. Un grito
desde nuestro cuarto me hiso volver a la realidad. Fui inocentemente a ver qué
pasaba y me la encontré a Graciela, en un estado de catalepsia. Antes de explicarles
lo que tanto la había perturbado, reconozcamos que siempre fue algo obsesiva
con el orden y la limpieza. Es cierto que lo que vio y especialmente a esa hora
de la noche puede ser algo que afecte un poco, pero no para tanto…
Cuando me quedé sin fuego para
mis pollitos, pensé: quemar una silla o la pata de la mesa, no daba. Así que
fui al placar del cuarto, saqué todas las perchas de madera, dejando toda la
ropa tirada, aunque para mi la había depositado bastante ordenada sobre la cama
y completé mi parrilla. Yo creo que el sabor particular de mis pollos se debió
a la calidad de la madera de nuestras perchas. En fin…con un poquito de buen
diálogo y previo a doblar toda la ropa y dejarla sobre el sillón del living,
nos fuimos a dormir en paz. Agradecidos por la linda velada y los ricos pollos
al balcón, que después bauticé “pollos a la percha”.
Hoy vivo en un piso noveno y tengo
una parrilla en el balcón; cada vez que hago un pedido al supermercado le
agrego una bolsa de carbón. Por las dudas, ya que todas mis perchas son de
plástico.