Hace diez años que hicimos cumbre
en el Volcán Lanin (3.776 msnm) junto con mis hijos Agustín y Mariano, en aquel
momento hablábamos de conquistar el Lanin pero fue la última vez que utilice
esta expresión ya que fue la Montaña que, definitivamente, me conquisto.
Todavía, en esa época, no
intentaba hacer los relatos de mis escapadas, así que trataré de juntar mis
recuerdos y algunas anotaciones al igual que el álbum de fotos, para reconstruir
lo vivido.
Viajamos los tres a Junín de los
Andes, en el auto del Negro, yo venía de un primer intento en el 2008 así que
les compartía mi experiencia de montañista de altura. Lo mas alto que habíamos
subido en nuestro Pringles natal era la Sierra de la Cruz en el “Dos de Mayo” o
el Cerro de la Ventana. Recuerdo al bajar la cuesta de La Rinconada, cuando
divisamos por primera vez el cono casi perfecto del Volcán al grito de mis
compañeros “Lanin no te tenemos miedo”!. Nunca mas lo repetimos y sin embargo,
interiormente, en mas de una oportunidad lo sentimos. Los montañistas avezados
consideran que el miedo es el mejor compañero de la prudencia, la mayoría de
los accidentes se producen en la bajada cuando uno se relaja, se olvida del
cansancio y en el apuro por llegar comete los errores, que pueden ser fatales. La
cumbre se logra al volver a casa sano y salvo, el llegar a la cima es solo el
cuarenta por ciento del logro, el otro sesenta está en el regreso.
Al llegar a Junín, paramos en la
Hostería Chimehuin, que había sido mi hospedaje el año anterior y de cuyos
dueños, muy amigos de la Tía Michel de Larminat, tengo un aprecio especial.
Recuerdo haberles enviado un cuadro con una foto de los tres abrazados en la
cumbre, debe de estar colgado en la recepción de la hostería junto al de otros
montañistas y pescadores con sus truchas de trofeo.
El viernes 20 de febrero a las
siete de la mañana la combi que nos llevaría a la base del Lanin, nos paso a
buscar por la hostería el día estaba cubierto y con llovizna. Cuando llegamos a
la base, a cien kilómetros de Junin en el paso Tromen (frontera con Chile)
estaba igual, asi que aunque los guías nos decían que probablemente al llegar
al refugio tendríamos sol estaríamos con el equipo mojado lo cual dificultaría
la subida a cumbre del día siguiente. En montaña los guías son las autoridades
que toman las decisiones, así que decidieron posponer para el día siguiente. En
estos programas de treikking de alturas siempre se consideran unos días mas,
justamente por las inclemencias climáticas.
Aprovechamos el día, que al final
se puso muy lindo (los pronósticos no eran tan exactos como hoy), para volver a
Tipiliuke (el campo de Larminat) y nos subimos al mítico Cerro de los Pinos (en
realidad se lo conoce como Tipiliuke=corazón al revés, por su forma viéndolo
desde la ruta a San Martin) de cuya cumbre hay una vista magnifica al Volcán
Lanin, nuestro real objetivo.
El sábado 21 a las nueve de la
mañana estábamos en la Seccional de Rio turbio, en el control fronterizo Tromen,
registrándonos para ingresar al parque Lanin, estamos a 1200 msnm y un día espléndido.
Por cuestiones de seguridad, después de varios accidentes, no se permite
pernoctar mas de una noche durante el acenso y no se puede ir sin guías
habilitados.
Partimos a las nueve treinta
hora, dos chicas, los dos guías y nosotros tres. Se sube por la cara Norte por
la espina de pescado, cruzamos el rio Turbio y luego de tres kilómetros de
pendiente bastante suave se toma hacia la derecha el llamado camino de las
mulas, único habilitado por cuestiones de seguridad. Son unos cuatro kilómetros
muy empinados hasta llegar al refugio del ejercito RIM26 (2350 msnm). Eran las
catorce horas, tardamos cuatro horas y media, después de comer, armamos las
carpas y descansamos el resto de la tarde. El año pasado nos habían dado, esa
tarde, una charla y práctica en el huso de los crampones para subir por el
glaciar, antes de la cumbre. Este año no haría falta por la poca nieve, lo cual
nos viene muy bien ya que nos ahorramos peso en la mochila para el acenso.
Desde el refugio se podía
divisar, mirando hacia el Este-Sureste, el Cerro de los Pinos. Fue allí donde
me dije: si estamos aquí disfrutando de estas magníficas vistas es gracias a
nuestros abuelos que hace cien años se instalaron en estas tierras. A partir de
allí nació la idea de un homenaje de gratitud a nuestros mayores que recién en
el dos mil catorce pudimos realizar y ya van cinco años seguidos que hacemos
nuestra reunión familiar.
Nos acostamos temprano ya que al
día siguiente había que madrugar para intentar la cumbre y volver hasta la base
del Volcán.
Nos acurrucamos los tres en una mini carpa de altura. La
incomodidad, los años que hacía que no dormía en carpa y la ansiedad no me
permitieron pegar un ojo. A la una treinta nuestros guías nos despertaron para iniciar
nuestro posible día de cumbre. A las tres, listos con todo el equipo, casco con
linterna frontal incluida, empezamos a caminar. El casco es principalmente para
la bajada, que se realiza por un pedrero con mucha pendiente, que al grito de
“piedra abajo” de alguno que tropieza, provoca unas mini avalancha, con el
riesgo que ello implica.
Nuestras dos compañeras dudaban
de salir o quedarse a esperarnos. Doloridas por el día anterior, mal dormidas,
con el frio de la noche, el efecto de la altura… Todo invitaba a meterse de
nuevo en la bolsa de dormir. Al fin salimos al ritmo de los Rolling Stones ya
que uno de los guías traía en su mochila un equipo de musicalización, esto me
despabilo del todo. Llegamos al refugio del C.A.J.A (2.600 msnm), allí las
chicas abandonaron y se volvieron con el guía musicalizador al campamento donde
habíamos intentado dormir.
Seguimos subiendo a la luz de
nuestras linternas y escuchando el silencio. El amanecer nos sorprendió con un
paisaje alucinante y trepando una pendiente que aunque, la veníamos sintiendo
en las piernas, ahora que la veíamos en todo su entorno, impresionaba. Del
Lanin, al ser el mas alto de todos los alrededores, se tiene una visión
espectacular. Sueño con poder volver, pero reconozco que para mis sesenta y
nueve es ya demasiada exigencia. Los años nos van ayudando a ver primero y
aceptar luego nuestras limitaciones.
A las once de la mañana llegamos
a la cumbre en un día radiante, con una visibilidad sin límites, y además
prácticamente sin viento, con lo cual me sentía realmente en la gloria. No se
si era por la emoción que tenia, pero no recuerdo haber estado ni cansado, ni
dolorido y eso que en estas últimas ocho horas habíamos subido unos mil
cuatrocientos metros. Viéndolo a la distancia pienso que parte del mérito se lo
debemos a los guías que nos supieron llevar a un ritmo lento y constante, cosa
que no me pasó en el dos mil ocho en que el grupo estaba conformado por chicos
bastante mas jóvenes que yo, con mucho mas resto físico y me dejaban lejos
atrás en la subida y esa presión por recuperar tiempo me afectaba no solo
físicamente sino también en lo anímico.
La cumbre es un plateau de hielo
abovedada con poca pendiente, que te permitia una visión de trescientos sesenta
grados alucinante, te sentías realmente como en el techo del mundo.
Al W, mirando a Chile desde
arriba, podías ver primero el Volcán Quetrupillan y detrás a unos cien
kilómetros de donde estábamos el Volcán Villarrica. Ver esta foto hoy me
provoca una cierta emoción ya que sin tenerlo pensado en aquel momento, unos
años después en el dos mil trece, intente hacer el cruce de los andes desde el
Villarrica hasta el Lanin, 100 km en una semana. No lo logre pero en los tres
días que camine lo tenía siempre al imponente Lanin como faro, hacia el este.
El regreso fue otra
historia…Dejamos la cumbre a las trece treinta y llegue al refugio a las diez y
siete (menos de la mitad de lo que tarde para subir), solo y agotado! Es que
mis compañero bajaron a una velocidad que no podía seguir. Se baja por un
pedrero a cuarenta y cinco grados a los saltos, como esquiando, pero para las
piernas y rodillas es casi mortal, además hay que estar atento al “piedra
abajo”! Así que me dejaron atrás…
Tuve una hora de descanso en el
refugio y a las diez y ocho, acompañado por mi guía, seguí bajando como pude,
los demás se cortaron llegando a la base a las veite horas y el viejo, después
de cederle gentilmente su mochila al abnegado guía (cuando nos agarró la
noche), a las veintiuna (tarde tres horas para bajar lo que subí en cuatro y
media).
Me esperaban en la combi, ya que
estaba algo fresco, con una cerveza! Después de diez años revivo esta sensación
como si fuese hoy. Fue un día bien aprovechado en diez y seis horas subí mil
cuatrocientos metros y baje dos mil seiscientos! una gran experiencia y principalmente
por el hecho de haber podido compartir el logro de hacer cumbre con el Negro y
Mariano. Deberemos repetirlo, hay muchas montañas esperándonos.