viernes, 22 de febrero de 2019





Hace diez años que hicimos cumbre en el Volcán Lanin (3.776 msnm) junto con mis hijos Agustín y Mariano, en aquel momento hablábamos de conquistar el Lanin pero fue la última vez que utilice esta expresión ya que fue la Montaña que, definitivamente, me conquisto.
Todavía, en esa época, no intentaba hacer los relatos de mis escapadas, así que trataré de juntar mis recuerdos y algunas anotaciones al igual que el álbum de fotos, para reconstruir lo vivido.
Viajamos los tres a Junín de los Andes, en el auto del Negro, yo venía de un primer intento en el 2008 así que les compartía mi experiencia de montañista de altura. Lo mas alto que habíamos subido en nuestro Pringles natal era la Sierra de la Cruz en el “Dos de Mayo” o el Cerro de la Ventana. Recuerdo al bajar la cuesta de La Rinconada, cuando divisamos por primera vez el cono casi perfecto del Volcán al grito de mis compañeros “Lanin no te tenemos miedo”!. Nunca mas lo repetimos y sin embargo, interiormente, en mas de una oportunidad lo sentimos. Los montañistas avezados consideran que el miedo es el mejor compañero de la prudencia, la mayoría de los accidentes se producen en la bajada cuando uno se relaja, se olvida del cansancio y en el apuro por llegar comete los errores, que pueden ser fatales. La cumbre se logra al volver a casa sano y salvo, el llegar a la cima es solo el cuarenta por ciento del logro, el otro sesenta está en el regreso.
Al llegar a Junín, paramos en la Hostería Chimehuin, que había sido mi hospedaje el año anterior y de cuyos dueños, muy amigos de la Tía Michel de Larminat, tengo un aprecio especial. Recuerdo haberles enviado un cuadro con una foto de los tres abrazados en la cumbre, debe de estar colgado en la recepción de la hostería junto al de otros montañistas y pescadores con sus truchas de trofeo.
El viernes 20 de febrero a las siete de la mañana la combi que nos llevaría a la base del Lanin, nos paso a buscar por la hostería el día estaba cubierto y con llovizna. Cuando llegamos a la base, a cien kilómetros de Junin en el paso Tromen (frontera con Chile) estaba igual, asi que aunque los guías nos decían que probablemente al llegar al refugio tendríamos sol estaríamos con el equipo mojado lo cual dificultaría la subida a cumbre del día siguiente. En montaña los guías son las autoridades que toman las decisiones, así que decidieron posponer para el día siguiente. En estos programas de treikking de alturas siempre se consideran unos días mas, justamente por las inclemencias climáticas.
Aprovechamos el día, que al final se puso muy lindo (los pronósticos no eran tan exactos como hoy), para volver a Tipiliuke (el campo de Larminat) y nos subimos al mítico Cerro de los Pinos (en realidad se lo conoce como Tipiliuke=corazón al revés, por su forma viéndolo desde la ruta a San Martin) de cuya cumbre hay una vista magnifica al Volcán Lanin, nuestro real objetivo.
El sábado 21 a las nueve de la mañana estábamos en la Seccional de Rio turbio, en el control fronterizo Tromen, registrándonos para ingresar al parque Lanin, estamos a 1200 msnm y un día espléndido. Por cuestiones de seguridad, después de varios accidentes, no se permite pernoctar mas de una noche durante el acenso y no se puede ir sin guías habilitados.
Partimos a las nueve treinta hora, dos chicas, los dos guías y nosotros tres. Se sube por la cara Norte por la espina de pescado, cruzamos el rio Turbio y luego de tres kilómetros de pendiente bastante suave se toma hacia la derecha el llamado camino de las mulas, único habilitado por cuestiones de seguridad. Son unos cuatro kilómetros muy empinados hasta llegar al refugio del ejercito RIM26 (2350 msnm). Eran las catorce horas, tardamos cuatro horas y media, después de comer, armamos las carpas y descansamos el resto de la tarde. El año pasado nos habían dado, esa tarde, una charla y práctica en el huso de los crampones para subir por el glaciar, antes de la cumbre. Este año no haría falta por la poca nieve, lo cual nos viene muy bien ya que nos ahorramos peso en la mochila para el acenso.
Desde el refugio se podía divisar, mirando hacia el Este-Sureste, el Cerro de los Pinos. Fue allí donde me dije: si estamos aquí disfrutando de estas magníficas vistas es gracias a nuestros abuelos que hace cien años se instalaron en estas tierras. A partir de allí nació la idea de un homenaje de gratitud a nuestros mayores que recién en el dos mil catorce pudimos realizar y ya van cinco años seguidos que hacemos nuestra reunión familiar.
Nos acostamos temprano ya que al día siguiente había que madrugar para intentar la cumbre y volver hasta la base del Volcán.
Nos acurrucamos  los tres en una mini carpa de altura. La incomodidad, los años que hacía que no dormía en carpa y la ansiedad no me permitieron pegar un ojo. A la una treinta nuestros guías nos despertaron para iniciar nuestro posible día de cumbre. A las tres, listos con todo el equipo, casco con linterna frontal incluida, empezamos a caminar. El casco es principalmente para la bajada, que se realiza por un pedrero con mucha pendiente, que al grito de “piedra abajo” de alguno que tropieza, provoca unas mini avalancha, con el riesgo que ello implica.
Nuestras dos compañeras dudaban de salir o quedarse a esperarnos. Doloridas por el día anterior, mal dormidas, con el frio de la noche, el efecto de la altura… Todo invitaba a meterse de nuevo en la bolsa de dormir. Al fin salimos al ritmo de los Rolling Stones ya que uno de los guías traía en su mochila un equipo de musicalización, esto me despabilo del todo. Llegamos al refugio del C.A.J.A (2.600 msnm), allí las chicas abandonaron y se volvieron con el guía musicalizador al campamento donde habíamos intentado dormir.
Seguimos subiendo a la luz de nuestras linternas y escuchando el silencio. El amanecer nos sorprendió con un paisaje alucinante y trepando una pendiente que aunque, la veníamos sintiendo en las piernas, ahora que la veíamos en todo su entorno, impresionaba. Del Lanin, al ser el mas alto de todos los alrededores, se tiene una visión espectacular. Sueño con poder volver, pero reconozco que para mis sesenta y nueve es ya demasiada exigencia. Los años nos van ayudando a ver primero y aceptar luego nuestras limitaciones.
A las once de la mañana llegamos a la cumbre en un día radiante, con una visibilidad sin límites, y además prácticamente sin viento, con lo cual me sentía realmente en la gloria. No se si era por la emoción que tenia, pero no recuerdo haber estado ni cansado, ni dolorido y eso que en estas últimas ocho horas habíamos subido unos mil cuatrocientos metros. Viéndolo a la distancia pienso que parte del mérito se lo debemos a los guías que nos supieron llevar a un ritmo lento y constante, cosa que no me pasó en el dos mil ocho en que el grupo estaba conformado por chicos bastante mas jóvenes que yo, con mucho mas resto físico y me dejaban lejos atrás en la subida y esa presión por recuperar tiempo me afectaba no solo físicamente sino también en lo anímico.
La cumbre es un plateau de hielo abovedada con poca pendiente, que te permitia una visión de trescientos sesenta grados alucinante, te sentías realmente como en el techo del mundo.
Al W, mirando a Chile desde arriba, podías ver primero el Volcán Quetrupillan y detrás a unos cien kilómetros de donde estábamos el Volcán Villarrica. Ver esta foto hoy me provoca una cierta emoción ya que sin tenerlo pensado en aquel momento, unos años después en el dos mil trece, intente hacer el cruce de los andes desde el Villarrica hasta el Lanin, 100 km en una semana. No lo logre pero en los tres días que camine lo tenía siempre al imponente Lanin como faro, hacia el este.
El regreso fue otra historia…Dejamos la cumbre a las trece treinta y llegue al refugio a las diez y siete (menos de la mitad de lo que tarde para subir), solo y agotado! Es que mis compañero bajaron a una velocidad que no podía seguir. Se baja por un pedrero a cuarenta y cinco grados a los saltos, como esquiando, pero para las piernas y rodillas es casi mortal, además hay que estar atento al “piedra abajo”! Así que me dejaron atrás…
Tuve una hora de descanso en el refugio y a las diez y ocho, acompañado por mi guía, seguí bajando como pude, los demás se cortaron llegando a la base a las veite horas y el viejo, después de cederle gentilmente su mochila al abnegado guía (cuando nos agarró la noche), a las veintiuna (tarde tres horas para bajar lo que subí en cuatro y media).
Me esperaban en la combi, ya que estaba algo fresco, con una cerveza! Después de diez años revivo esta sensación como si fuese hoy. Fue un día bien aprovechado en diez y seis horas subí mil cuatrocientos metros y baje dos mil seiscientos! una gran experiencia y principalmente por el hecho de haber podido compartir el logro de hacer cumbre con el Negro y Mariano. Deberemos repetirlo, hay muchas montañas esperándonos.