viernes, 15 de diciembre de 2017



Lujan 2017

Llegué a General Rodríguez el sábado  a las once de la noche. Durante toda esta última etapa desde las Rejas tuve por momentos unos mareos que aunque no me preocupaban mucho me hacían dudar de que tal vez no sería prudente seguir hasta Luján, sobre todo sabiendo que es la etapa más larga de la Peregrinación y aunque hay puestos sanitarios cada 500 metros, si debés abandonar no hay forma de que te rescaten hasta el domingo a media mañana ya que todas las calles aledañas están cortadas. Soy de tendencia a la baja presión. Además el día estaba muy pesado y tormentoso.
Habíamos salido a media mañana desde Liniers. Esto tuvo sus ventajas respecto a años anteriores que salíamos después de mediodía, ya que nos haría llegar más temprano a Luján y por ende regresar de madrugada a Buenos Aires, permitiendo recuperarnos mejor para trabajar el lunes. Pero lo que me preocupaba es que teníamos dos horas más para caminar de día, cosa que me cuesta más que de noche.
Lo que me afectó, mucho, fue el ruido. Probablemente sin querer hago un paralelismo con mi Camino de Santiago, donde el silencio fue una de las experiencias que más disfrute ya que me permitió aprender a escuchar.
En cambio en Luján, además del bullicio de los peregrinos, que son multitud, me afecta el volumen de la música de apoyo que se difunde por los parlantes de equipos montados sobre los triciclos que acompañan a cada grupo o Parroquia. Estos tenían como función animar a cada agrupación que iba caminando pero terminaba siendo una competencia de quién tenía el equipo más potente y tapaba el de los demás grupos. La Parroquia de Loreto, este año, además de cambiar de horario eliminó el “triciclo”, no creo que por convicción sino mas bien por resignación. En los años que llevo yendo con ellos, si no era que perdía una rueda, se quedaba sin transmisión o emitían ruidos incomprensibles e insoportables que se parecían más a graznidos  que a lo que los entusiastas jóvenes definían como música. Sea por lo que sea; fue una sabia decisión.
 Además al borde de la ruta hay escenarios desde donde unas bandas de músicos entonan canciones, o algo parecido, a todo volumen. También aportan su cuota de altos decibeles los vendedores y puesteros, que se encuentran a la vera del camino y que compiten para ver quien tiene el argumento más convincente para vender desde rosarios, bastones, plantillas, choripanes “francisco”, bebidas energizantes y/o alcohólicas, estatuas de todo tipo y tamaño, certificados de santidad (que me sorprendieron también por su tamaño, no muy práctico para ser llevado durante el resto del camino).
A diferencia de años anteriores en que al cruzar los distintos cordones del gran Buenos Aires impactaban la pobreza, la suciedad y abandono en que estaban sumidos los habitantes de las distintas localidades, a excepción de los imponentes Bingos y salas de juego, esta vez me llamaron la atención los obrajes en ruta y ferrocarril. Se notaba una gran actividad y sorprendía sobre todo por ser en día sábado. Se percibía un clima de optimismo y esperanza que no estaba acostumbrado a ver en los últimos años.
En la etapa las Rejas-General Rodríguez me encontré con un conocido de la Parroquia que, ante un comentario que le hice sobre mis mareos, me compartió la siguiente reflexión: “Mirá Fran: estamos caminando hace ya casi doce horas, y qué es lo que vamos viendo, gente y más gente y siempre de espaldas, habrás notado, sin mirar, que muchas peregrinas sin distinción de edades, usan calzas, no sé por qué, pero daría la impresión que se ponen unas que son cinco talles menores a lo que les correspondería, por otra parte a esta altura del camino ya te duele desde el dedo gordo hasta la punta del pelo, con lo cual el andar se parece más al de un pato rengo que a un ser humano, conclusión, que nos puede pasar, después de tantas horas de tener delante nuestro partes del cuerpo (usó otra expresión que no me animo a reproducir…), enfundadas o comprimidas en unas calzas y bamboleándose al ritmo que marca el dolor y la música y, que te provoca” No supe que responderle, así que concluyó su reflexión diciendo “un terrible mareo”
Para mí una explicación más lógica y seria de mis mareos se encuentra más bien en la poca hidratación. Soy consciente de la importancia de la misma sabiendo que también el agua ayuda a evitar las contracturas y calambres. El problema es que a mayor consumo menor autonomía y pensando en que cada etapa, previa a cada parada, es de más de dos horas, y que los baños que encontramos en el camino son, además de escasos, de una muy dudosa higiene, uno trata de tomar lo justo e imprescindible. Yo acostumbrado al campo no me hacía mucho problema, ya que era cuestión de tener cuidado de ponerse de espalda al viento y listo, pero en este caso se transita casi todo el tiempo por zonas muy pobladas donde hay continuidad entre ciudad y ciudad. Lo bueno es que la primera mitad del camino bordea las vías del Ferrocarril Sarmiento y allí hay lugares que permiten tener una cierta privacidad a menos que justo pase el tren, cosa muy frecuente…

Ya es casi medianoche, estoy sentado, degustando despacito un caldo en el gimnasio que nos sirvió de albergue en General Rodriguez. Está semivacío y casi silencioso. La mayoría de mis compañeros de marcha han retomado el camino a Luján. Estuve a un tris de seguirlos. Pero no, la decisión está tomada, hasta aquí llegue. Estoy esperando junto con unos 20 más, que el colectivo de apoyo nos acerque a Luján. Me siento sorprendido y contento por lo relajado y tranquilo que estoy por la decisión que tomé. Es que este descanso me ayudo a tomar la decisión de parar y veo que no es que abandono y se termino mi peregrinar a Lujan, sino que esto sigue de una manera más relajada que probablemente me permita escuchar mejor el mensaje que la Virgen de Lujan tiene para mí.
Siempre consideré que el esfuerzo y el cansancio me predisponen a estar más atento a los mensajes, pero también, sin desmerecer el valor del sacrificio, un poco de comodidad predispone mejor el espíritu. Años anteriores después de cada etapa acampábamos a la intemperie, hasta que en el 2005 nos tocó en este último “descanso” lluvia, con lo cual no nos podíamos ni sentar a descansar y elongar, apenas un caldo caliente y a seguir camino. Así que poder parar en un lugar cerrado y bajo techo es realmente un lujo a pesar del ruido, el retumbar de las voces y gritos.
En Lujan en vez de “derrumbarme” como otros años en el medio de la plaza frente a la Catedral, lugar de reencuentro del grupo de Loreto; en esta ocasión nos tocó un jardín de infantes a dos cuadras de allí. Como ya venía descansado por el viaje desde General Rodriguez, en un lugar con baños y cómodas sillas me pude concentrar en lo que me rodeaba en vez de estar enajenado y ensimismado.
 Podía ver entrar a mis compañeros y aunque se los veía cansados y caminando con dificultad, tenían una mirada que transmitía paz y serenidad. Lo mismo experimenté en la plaza cuando fui a misa a la una de la mañana. Es una sensación muy  especial y nueva para mi. En mi infancia mi percepción de la Fe se basaba en una relación muy personal con Dios y mi paso por la vida se podría resumir en una frase que se escuchaba como lema en las misiones por los pueblos: “salva tu alma”. Dios y la vida me fueron marcando el camino y le debo mucho a estas grandes manifestaciones de Fe popular, entre ellas esta Peregrinación a Lujan. Hoy diría que el lema que me guía es “Santifiquémonos juntos con la ayuda de María”.

Había decidido que esta era mi última Peregrinación, pero Dios quiera que el año que viene pueda retomar el camino a Lujan.


encuentro con mis sobrinas Adeline y Cecile Quiqueran y Catalina y Elena Lopez Laxague, a la una de la mañana en misa frente a la Basilica de Lujan
domingo 01 de octubre de 2017