En el libro de BENEDICTO XVI LUZ DEL MUNDO, El papa, la Iglesia y los signos de los
tiempos, Una conversación con Peter Seewald; encontré en el capítulo 17 este
párrafo que me pareció genial, aunque todo el reportaje vale la pena ser leído.
Jesucristo regresa
Al filósofo Robert
Spaemann le preguntaron en una ocasión si él, un científico de renombre
internacional, creía realmente que Jesús nació de una virgen y obró milagros,
que resucitó de la muerte y que, con Él, se recibe vida eterna. Puesto que una fe
así, le decían es típicamente infantil. El filósofo, de 83 años, respondió:
“Pues, si usted quiere, así es, por cierto. Creo más o menos lo mismo que creía
cuando era niño, sólo que, entretanto, he reflexionado más sobre ello. Al
final, la reflexión me ha confirmado siempre en la fe”.
¿Cree también el papa
todavía lo que creía como niño?
Yo lo diría de manera semejante. Diría: lo más sencillo es lo verdadero, y lo verdadero es sencillo.
Nuestra problemática consiste en que, de tantos árboles, no vemos más el
bosque, que, de tanto saber, no encontramos más la sabiduría. En ese sentido
ironizó también Saint-Exupéry en El Principito sobre la erudición de nuestro
tiembo y mostró cómo con ella se pierde de vista lo esencial, y cómo el
principito, que no entiende nada de todas las cosas eruditas, ve, en última
instancia, más y mejor.
¿Qué es lo que importa? ¿Qué es lo auténtico, lo que
sustenta? Ver lo sencillo, eso es lo que importa. ¿Por qué Dios no habría de
ser capaz de regalar un alumbramiento también a una virgen? ¿Por qué no podría
resucitar Cristo? Por supuesto, si yo mismo establezco lo que tiene permitido
ser y lo que no, si yo y nadie más que yo determino los límites de lo posible,
entonces tales fenómenos deben excluirse.
Es una arrogancia del intelecto que digamos: esto contiene
en sí algo contradictorio, sin sentido, y ya sólo por eso no es posible en
absoluto. No es asunto nuestro decidir cuántas posibilidades abriga en sí el cosmos, cuántas se esconden en
él y por encima de él. A través del mensaje de Cristo y de la Iglesia el saber
sobre Dios se nos acerca de forma creíble. Dios quiso entrar en este mundo.
Dios quiso que no quedáramos limitados a presentirlo sólo desde lejos a través de
la física y de la matemática. Él quiso mostrársenos. Y así pudo hacer también
lo que se narra en los evangelios. Pudo así crear también en la resurrección
una nueva dimensión de la existencia, pudo colocar, como dice Teilhard de
Chardin, más allá de la biosfera y de la noosfera, una esfera nueva en la que
el hombre y el mundo llegan a la unidad con Dios.
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